Wednesday, December 26, 2007

NAVIDAD


“Encontraran a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Esta es la señal que los ángeles dieron a los pastores y que nosotros con fe humilde también queremos ver. Todo el revuelo de compras, saludos, preparación comidas especiales que vivimos en estos días y que recién a esta hora comienzan a aquietarse, topan con esta señal. Nada prodigioso, nada extraordinario, nada espectacular se nos da como señal. Si ponemos atención al contemplar el pesebre, nuestros ojos verán solamente un niño envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los cuidados maternos; un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una cuna, sino en el lugar donde comen los animales. Esta es la señal de Dios: la extrema humildad, reflejada en un pequeño recién nacido, en la pobreza de aquel pesebre, en la necesidad de ayuda. Sólo quienes se acerquen de esta misma manera podrán ver que en este niño se ha realizado la promesa del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. La soberanía reposa sobre sus hombros”. Esta es la señal para siempre y nunca habrá otra. La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros y por nuestra salvación. Éste es su modo de llevar la soberanía. Dios no viene a aplastarnos con su poder; no viene a imponerse por la fuerza; no viene entre luces y grandiosidad. Dios se acerca a nosotros como un niño indefenso y necesitado de nuestra ayuda. Por eso, ya no hay temor, como escuchan asombrados los pastores: “no teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo”. Ahora, por la infinita misericordia de Dios, sólo hay espacio para la alegría porque Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo, estrecharlo con amor en nuestros brazos como se hace con un recién nacido. En la noche de Belén Dios se ha vuelto definitivamente a nosotros, Él ya no está lejos. No es desconocido. No es inaccesible a nuestros ojos. Se ha hecho niño por nosotros y así ha disipado toda ambigüedad. Se ha hecho nuestro prójimo, restableciendo también de este modo la imagen del hombre que a menudo se nos presenta tan poco atrayente. Dios se ha hecho don por nosotros. Se ha dado a sí mismo. Por eso Navidad se ha convertido en la fiesta de los regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo. Dejemos que esta dulce verdad hiera nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente, para poder hacer nosotros lo mismo. Para convertirnos en obsequio para los demás, para vivir realmente la grandeza de este amor; del amor que este mismo Niño nos enseñará como mandamiento nuevo, y que establece en el mundo la verdadera paz, justicia y solidaridad. He aquí el secreto de nuestra fe, de nuestro ser cristiano porque “el cristianismo no (ha nacido) como fruto de nuestra cultura o como descubrimiento de nuestra inteligencia... se (ha revelado en la pequeñez) en hechos, en acontecimientos que constituyen una realidad nueva dentro del mundo, una realidad viva, en movimiento. La realidad cristiana consiste en el misterio de Dios que ha entrado al mundo (humilde, sencilla y pobremente) como una historia humana” (LG). Que Dios nos permita vivirlo así.

Monday, December 17, 2007

NAVIDAD


La Navidad es una fiesta cristiana y sus símbolos -entre ellos especialmente el Belén y el árbol adornado de dones- constituyen referencias importantes al gran misterio de la Encarnación y del Nacimiento de Jesús, que la liturgia del tiempo de Adviento y de la Navidad evocan constantemente.

Este vetusto abeto –dijo el Papa refiriéndose al árbol-, cortado sin dañar la vida del bosque, adecuadamente adornado, permanecerá junto al Belén hasta el final de las festividades navideñas. Es un significativo símbolo de la Navidad de Cristo, porque con sus hojas siempre verdes recuerda la vida que no muere"."El árbol y el Belén -continuó- son elementos de aquel clima típico de la Navidad que forma parte del patrimonio espiritual de nuestras comunidades. Es un clima impregnado de religiosidad y de intimidad familiar, que debemos conservar también en la sociedades actuales, donde a veces parecen prevalecer la carrera al consumo y la búsqueda de bienes materiales.