Monday, May 26, 2008

CATEQUESIS DEL 21 de mayo


Romano el Meloda
Queridos hermanos y hermanas:
En la serie de catequesis sobre los Padres de la Iglesia, quiero hablar hoy de una figura poco conocida: Romano el Meloda, que nació en torno al año 490 en Emesa (hoy Homs), en Siria. Teólogo, poeta y compositor, pertenece al gran grupo de teólogos que transformó la teología en poesía. Pensamos en su compatriota, san Efrén de Siria, que vivió doscientos años antes que él. Y pensamos también en teólogos de Occidente, como san Ambrosio, cuyos himnos todavía hoy forman parte de nuestra liturgia y siguen tocando el corazón; o en un teólogo, un pensador muy profundo, como santo Tomás, que nos ha dejado los himnos de la fiesta del Corpus Christi de mañana; pensamos en san Juan de la Cruz y en otros muchos. La fe es amor y por ello crea poesía y crea música. La fe es alegría y por ello crea belleza.
Romano el Meloda es uno de estos, un poeta y compositor teólogo. Aprendió los primeros elementos de la cultura griega y siríaca en su ciudad natal, se trasladó a Berito (Beirut), perfeccionando allí su formación clásica y sus conocimientos retóricos. Ordenado diácono permanente (en torno al año 515), fue predicador en esa ciudad durante tres años. Después se fue a Constantinopla, hacia fines del reino de Anastasio I (alrededor del año 518), y allí se estableció en el monasterio anexo a la iglesia de la Theotókos, Madre de Dios.
Allí tuvo lugar un episodio clave en su vida: el Sinaxario nos informa sobre la aparición de la Madre de Dios en sueños y sobre el don del carisma poético. En efecto, María le pidió que se tragara una hoja enrollada. Al despertar, a la mañana siguiente -era la fiesta de la Navidad-, Romano se puso a declamar desde el ambón: "Hoy la Virgen da a luz al Trascendente" (Himno sobre la Navidad I, Proemio). De este modo, se convirtió en predicador-cantor hasta su muerte (acontecida después del año 555).
Romano ha pasado a la historia como uno de los más representativos autores de himnos litúrgicos. Para los fieles, la homilía era entonces prácticamente la única oportunidad de enseñanza catequética. Así, Romano se presenta como un testigo eminente del sentimiento religioso de su época y también de un modo vivo y original de catequesis. A través de sus composiciones podemos darnos cuenta de la creatividad de esta forma de catequesis, de la creatividad del pensamiento teológico, de la estética y de la himnografía sagrada de aquella época.
El lugar en el que Romano predicaba era un santuario de las afueras de Constantinopla: subía al ambón, colocado en el centro de la iglesia, y se dirigía a la comunidad recurriendo a una escenografía bastante compleja: montaba representaciones en las paredes o ponía iconos sobre el ambón y también utilizaba el recurso del diálogo. Pronunciaba homilías métricas cantadas, llamadas kontákia. Al parecer, el término kontákion, "pequeña vara", hace referencia al pequeño palo redondo en torno al cual se envolvía el rollo de un manuscrito litúrgico o de otro tipo. Los kontákia que se han conservado con el nombre de Romano son ochenta y nueve, pero la tradición le atribuye mil.
En Romano, cada kontákion se compone de estrofas, por lo general de dieciocho a veinticuatro, con el mismo número de sílabas, estructuradas según el modelo de la primera estrofa (irmo); también los acentos rítmicos de los versos de todas las estrofas siguen el modelo del irmo. Cada estrofa concluye con un estribillo (efimnio), por lo general idéntico, para crear la unidad poética. Además, las iniciales de cada estrofa indican el nombre del autor (acróstico), precedido frecuentemente por el adjetivo "humilde". El himno se concluye con una oración que hace referencia a los hechos celebrados o evocados. Al terminar la lectura bíblica, Romano cantaba el Proemio, casi siempre en forma de oración o súplica. Así anunciaba el tema de la homilía y explicaba el estribillo que se debía repetir en coro al final de cada estrofa, declamada por él rítmicamente en voz alta.
Un ejemplo significativo es el kontákion con motivo del Viernes de Pasión: se trata de un diálogo entre María y su Hijo, que tiene lugar en el camino de la cruz. María dice: "¿A dónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida? / Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado, / y nunca habría podido imaginar que llegarían a este grado de locura los impíos, / poniéndote las manos encima contra toda justicia". Jesús responde: "¿Por qué lloras, Madre mía? (...). ¿No debería padecer? ¿No debería morir? / Entonces, ¿cómo podría salvar a Adán?". El Hijo de María consuela a su Madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación: "Depón, por tanto, Madre; depón tu dolor: / no está bien que gimas, pues fuiste llamada "llena de gracia"" (María al pie de la cruz, 1-2; 4-5).
Asimismo, en el himno sobre el sacrificio de Abraham, Sara se reserva la decisión sobre la vida de Isaac. Abraham dice: "Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras, / al conocer tu voluntad, me dirá: / "Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado? / (...) Tú, oh anciano, déjame a mi hijo, / y cuando lo quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí"" (El sacrificio de Abraham, 7).
Romano no usa el griego bizantino solemne de la corte, sino un griego sencillo, cercano al lenguaje del pueblo. Quiero citar un ejemplo del modo vivo y muy personal como habla del Señor Jesús: lo llama "fuente que no quema y luz contra las tinieblas", y dice: "Yo me atrevo a tenerte en mis manos como una lámpara, / pues quien lleva un candil entre los hombres es iluminado sin quemarse. / Ilumíname, por tanto, tú que eres Luz inextinguible" (La Presentación o Fiesta del encuentro, 8). La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia que existía entre sus palabras y su vida. En una oración dice: "Haz clara mi lengua, Salvador mío, abre mi boca / y, después de llenarla, traspasa mi corazón para que mi actuar / sea coherente con mis palabras" (Misión de los Apóstoles, 2).
Examinemos ahora algunos de sus temas principales. Un tema fundamental de su predicación es la unidad de la acción de Dios en la historia, la unidad entre la creación y la historia de la salvación, la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Otro tema importante es la pneumatología, es decir, la doctrina sobre el Espíritu Santo. En la fiesta de Pentecostés subraya la continuidad que existe entre Cristo, que ha ascendido al cielo, y los Apóstoles, es decir, la Iglesia, y exalta su acción misionera en el mundo: "Con la fuerza divina han conquistado a todos los hombres; / han tomado la cruz de Cristo como una pluma, / han utilizado las palabras como redes y con ellas han pescado al mundo, / han usado el Verbo como anzuelo agudo; / para ellos ha servido de cebo / la carne del Soberano del universo" (Pentecostés, 2; 18).
Naturalmente, otro tema central es la cristología. No entra en el problema de los conceptos difíciles de la teología, tan debatidos en aquel tiempo, y que rasgaron la unidad, no sólo entre los teólogos, sino también entre los cristianos en la Iglesia. Predica una cristología sencilla, pero fundamental: la cristología de los grandes Concilios. Pero sobre todo está cerca de la piedad popular —de hecho, los conceptos de los Concilios han surgido de la piedad popular y del conocimiento del corazón cristiano—; así, Romano subraya que Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y al ser verdadero hombre-Dios es una sola persona, la síntesis entre creación y Creador: en sus palabras humanas escuchamos la voz del Verbo mismo de Dios. "Cristo era hombre —dice—, pero también Dios; / sin embargo, no estaba dividido en dos: es Uno, hijo de un Padre que es Uno solo" (La Pasión, 19).
Por lo que se refiere a la mariología, agradecido a la Virgen por el don del carisma poético, Romano la recuerda al final de casi todos los himnos y le dedica sus kontákia más hermosos: Natividad, Anunciación, Maternidad divina, Nueva Eva.
Por último, las enseñanzas morales están relacionadas con el juicio final (cf. Las diez vírgenes [II]). Nos lleva hacia ese momento de la verdad de nuestra vida, la comparecencia ante el Juez justo, y por ello exhorta a la conversión haciendo penitencia y ayuno. De modo positivo, el cristiano debe practicar la caridad, la limosna. En dos himnos, Las Bodas de Caná y Las diez vírgenes, pone de relieve el primado de la caridad sobre la continencia. La caridad es la más grande de las virtudes: "Diez vírgenes poseían la virtud de la virginidad intacta, / pero para cinco de ellas el duro ejercicio no dio fruto. / Las otras brillaron con las lámparas del amor a la humanidad, / por eso las invitó el esposo" (Las diez vírgenes, 1).
Los cantos de Romano el Meloda están impregnados de humanidad palpitante, de ardor de fe y de profunda humildad. Este gran poeta y compositor nos recuerda todo el tesoro de la cultura cristiana, nacida de la fe, nacida del corazón que se ha encontrado con Cristo, con el Hijo de Dios. De este contacto del corazón con la Verdad, que es Amor, ha nacido la cultura, toda la gran cultura cristiana. Y si la fe sigue viva, esta herencia cultural no muere, sino que sigue viva y presente. Los iconos siguen hablando hoy al corazón de los creyentes; no son cosas del pasado. Las catedrales no son monumentos medievales, sino casas de vida, donde nos sentimos "en casa": en ellas encontramos a Dios y nos encontramos los unos con los otros. Tampoco la gran música —el canto gregoriano, o Bach o Mozart— es algo del pasado, sino que vive en la vitalidad de la liturgia y de nuestra fe.
Si la fe es viva, la cultura cristiana no se convierte en algo "pasado", sino que sigue viva y presente. Y si la fe es viva, también hoy podemos responder al imperativo que siempre se repite en los Salmos: "Cantad al Señor un cántico nuevo".
Creatividad, innovación, cántico nuevo, cultura nueva y presencia de toda la herencia cultural en la vitalidad de la fe no se excluyen, sino que son una sola realidad: son presencia de la belleza de Dios y de la alegría de ser hijos suyos

Friday, May 02, 2008

Somo hijos, no huérfanos

La invitación a la libertad, el valor de las obras y el documento de Aparecida. Dieciséis años después de la última visita de don Giussani, los responsables de las comunidades de América Latina se enfrentan a la pregunta: «¿Qué buscáis?»
Roberto Fontolan
Doce banderas, trescientas voces, la vocación de San Mateo que pintó Caravaggio, y el lema: “Amigos, ou seja testemunhas”, identifican el objetivo fundamental: retomar juntos la Asamblea Internacional de La Thuile. En Atibaia, a una hora de camino de la brasileña São Paulo, la asamblea de los responsables de América Latina comienza el 22 de febrero, aniversario de don Giussani, con Povera voce y el recuerdo de los objetivos que él mismo asignó a este encuentro continental: crecer como personas, experimentar la unidad y ser una presencia misionera. La última visita de don Giussani a América Latina tuvo lugar en 1992, precisamente con ocasión de una asamblea de este tipo. Dieciséis años después, la realidad del movimiento le sorprendería: pequeñas y grandes comunidades diseminadas por todas partes, obispos y sacerdotes, casas de los Memores Domini y de la Fraternidad San Carlos, obras sin ánimo de lucro y empresas, la difusión de “su” Banco de Alimentos, los proyectos que AVSI promueve en colaboración con el Banco Mundial, innumerables obras sociales y educativas. Nada vistoso o llamativo: una presencia humilde, realista y amorosa. Todo ello fruto de la fidelidad a un carisma que siempre ha albergado un afecto especial por América Latina. Ya en la prehistoria de los años 60 los chicos de GS marchaban rumbo a Brasil, y en 1989, acompañando al aeropuerto al padre Trento que salía hacia Paraguay, don Giussani le exhortó: «Imita a los jesuitas que crearon las Reducciones» (y eso ha hecho). Julián Carrón, dando inicio a la asamblea, parece tener en la cabeza toda esta historia, rememorar esta larga fidelidad. «¿Qué buscáis?». El sucesor de don Giussani lanza de nuevo la pregunta de Jesús. ¿Qué buscáis hoy? ¿En este instante, en esta sala? Recorriendo un párrafo de la Spe Salvi, Carrón retoma la visión ratzingeriana: en materia de progreso moral el hombre no puede contentarse con los pasos ya dados, no puede seguir adelante viviendo de las rentas, porque la libertad del hombre es siempre nueva y en este terreno es siempre necesario un nuevo inicio. El tesoro moral de la humanidad es esta invitación continua a la libertad. Fascinante, ¿verdad? Con todo lo que se ha dicho y escrito y descubierto y filosofado y argumentado y sentenciado y profundizado, al final, a cada cual le toca elegir, ningún mecanismo puede sustituirme. He aquí por qué cada corazón debe responder a la pregunta acerca de lo que busca. Es la valoración extrema del yo personal, único e irrepetible: nadie, ni los padres, ni los profesores, ni la sociedad, ni la Iglesia, ni tampoco el movimiento puede sustituirnos en esa respuesta: «El yo es relación directa e inmediata con el Misterio».En las largas horas de la intensa asamblea se abordan dramas y nuevos descubrimientos, certezas y vicisitudes. La profesora entusiasmada con sus chicos, el padre en dificultad, el universitario aventurero, el psiquiatra dubitativo, la abogado triunfadora, el líder popular y el empresario preocupado por el futuro de su país. Venezuela, Perú, México, Argentina, Chile, Paraguay… Un corazón humano en la realidad de América Latina, donde es más fácil ceder a los sentimientos que a la reflexión personal. Un contexto social áspero, extremo, siempre incumbente, provocador, que supone una suerte de aguijón, una necesidad que urge, casi sin interrupción, una reflexión sobre el yo, las obras y la presencia social. Junto a Carrón, toma la palabra Giorgio Vittadini: «Las obras son fundamentales para mostrar a todos la novedad que el cristianismo introduce en el mundo; las obras son el fruto de la fe, manifiestan la presencia real de Cristo. Si la fe no genera un cambio, al cabo de un tiempo, deja de tener interés».Como en un multitudinario raggio giussaniano la experiencia se desnuda hasta lo esencial, descendiendo cada vez más en profundidad. En el encuentro con Cristo, ¿no se ha movido acaso la parte más íntima y desconocida de cada uno de nosotros? «¿No ardía nuestro corazón mientras él hablaba?». «Salvando la distancia entre el hombre y Dios, haciéndose a un tiempo sacerdote y víctima, Él nos ha alcanzado con su iniciativa de amor. Somos hijos, no el resultado de las circunstancias». Es este el tema que recorre los días del encuentro y que aparece, tal cual, en el documento final de Aparecida (donde hace unos meses se celebró la asamblea del CELAM, inaugurada por el Papa) que “dom” Filippo Santoro, obispo de Petrópolis, presentó a la Asamblea.Somos hijos, insiste en varias ocasiones Carrón, no huérfanos: es este el punto de partida, el dato concreto que nos pone en movimiento. Pero, ¿somos conscientes de ello? «Es necesario partir de la piedad con la que Cristo nos mira, porque sólo ésta nos saca de la indolencia y de la insensibilidad. Tú eres mirado así y, por eso, miras así a los demás». ¿Y cuando el otro supone un problema? ¿Cuando no responde, cuando no corresponde? ¿Si no reacciona como debería? ¿Si se equivoca continuamente? ¿Si te desilusiona? «El otro es un misterio, no un mecanismo. La única forma verdadera de relación es el testimonio». Nos ofrece además una imagen sorprendente: «¿Cuántas veces debe sonreír una madre para poder arrancar una sonrisa a su niño? ¿Creéis que se puede calcular? ¿Acaso es un peso para ella?». Revelación desarmante y desarmada que nos conduce hasta el punto esencial, a la sonrisa de Jesús mientras pregunta: «¿Qué buscáis?». En la mente, las orillas del lago Tiberíades se convierten en los grises rascacielos de São Paulo. «Ahora, sucede ahora. Reconocer Su presencia es siempre un acto de la libertad, que se renueva».
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«La naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de Jesucristo y en seguirlo. Esta fue la extraordinaria experiencia de aquellos primeros discípulos que, al encontrar a Jesús, se quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo en cómo les trataba, respondiendo al hambre y a la sed de vida que tenían en el corazón. Juan el evangelista nos dejó la viva descripción del impacto que produjo la persona de Jesús sobre los dos discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38). A esta pregunta le sigue la respuesta: “Venid y veréis” (Jn 1, 39). Esta narración permanecerá en la historia como la única síntesis del método cristiano». (del documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe, Aparecida, 13-31 de mayo 2007, par. 244)

Monday, April 21, 2008

Abril

un gran viaje del Papa... sus 81 años y sus tres años de Pontífice... gracias Señor

Perfil de Facebook de Manuel Antonio Zuñiga Aranda

Wednesday, February 06, 2008

MIERCOLES DE CENIZA


Por desgracia las sugestiones de las riquezas materiales impactan en profundidad en la vida moderna’, sostuvo y atribuyó a ellas la necesidad de los católicos de ir contracorriente para ‘imitar a Jesús que se hizo pobre para enriquecer su pobreza’.
‘La conquista del éxito, el deseo de prestigio y la búsqueda de la comodidad, cuando absorben totalmente la vida hasta excluir a Dios del proprio horizonte, ¿Conducen verdaderamente a la felicidad?, ¿Puede existir verdadera felicidad prescindiendo de Dios?’, cuestionó.
Al respecto sostuvo que la experiencia demuestra que no se es feliz sólo por el hecho de satisfacer las propias esperanzas y exigencias materiales, porque ‘la única alegría que colma el corazón humano es la que viene de Dios’

Wednesday, December 26, 2007

NAVIDAD


“Encontraran a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Esta es la señal que los ángeles dieron a los pastores y que nosotros con fe humilde también queremos ver. Todo el revuelo de compras, saludos, preparación comidas especiales que vivimos en estos días y que recién a esta hora comienzan a aquietarse, topan con esta señal. Nada prodigioso, nada extraordinario, nada espectacular se nos da como señal. Si ponemos atención al contemplar el pesebre, nuestros ojos verán solamente un niño envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los cuidados maternos; un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una cuna, sino en el lugar donde comen los animales. Esta es la señal de Dios: la extrema humildad, reflejada en un pequeño recién nacido, en la pobreza de aquel pesebre, en la necesidad de ayuda. Sólo quienes se acerquen de esta misma manera podrán ver que en este niño se ha realizado la promesa del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. La soberanía reposa sobre sus hombros”. Esta es la señal para siempre y nunca habrá otra. La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros y por nuestra salvación. Éste es su modo de llevar la soberanía. Dios no viene a aplastarnos con su poder; no viene a imponerse por la fuerza; no viene entre luces y grandiosidad. Dios se acerca a nosotros como un niño indefenso y necesitado de nuestra ayuda. Por eso, ya no hay temor, como escuchan asombrados los pastores: “no teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo”. Ahora, por la infinita misericordia de Dios, sólo hay espacio para la alegría porque Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo, estrecharlo con amor en nuestros brazos como se hace con un recién nacido. En la noche de Belén Dios se ha vuelto definitivamente a nosotros, Él ya no está lejos. No es desconocido. No es inaccesible a nuestros ojos. Se ha hecho niño por nosotros y así ha disipado toda ambigüedad. Se ha hecho nuestro prójimo, restableciendo también de este modo la imagen del hombre que a menudo se nos presenta tan poco atrayente. Dios se ha hecho don por nosotros. Se ha dado a sí mismo. Por eso Navidad se ha convertido en la fiesta de los regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo. Dejemos que esta dulce verdad hiera nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente, para poder hacer nosotros lo mismo. Para convertirnos en obsequio para los demás, para vivir realmente la grandeza de este amor; del amor que este mismo Niño nos enseñará como mandamiento nuevo, y que establece en el mundo la verdadera paz, justicia y solidaridad. He aquí el secreto de nuestra fe, de nuestro ser cristiano porque “el cristianismo no (ha nacido) como fruto de nuestra cultura o como descubrimiento de nuestra inteligencia... se (ha revelado en la pequeñez) en hechos, en acontecimientos que constituyen una realidad nueva dentro del mundo, una realidad viva, en movimiento. La realidad cristiana consiste en el misterio de Dios que ha entrado al mundo (humilde, sencilla y pobremente) como una historia humana” (LG). Que Dios nos permita vivirlo así.

Monday, December 17, 2007

NAVIDAD


La Navidad es una fiesta cristiana y sus símbolos -entre ellos especialmente el Belén y el árbol adornado de dones- constituyen referencias importantes al gran misterio de la Encarnación y del Nacimiento de Jesús, que la liturgia del tiempo de Adviento y de la Navidad evocan constantemente.

Este vetusto abeto –dijo el Papa refiriéndose al árbol-, cortado sin dañar la vida del bosque, adecuadamente adornado, permanecerá junto al Belén hasta el final de las festividades navideñas. Es un significativo símbolo de la Navidad de Cristo, porque con sus hojas siempre verdes recuerda la vida que no muere"."El árbol y el Belén -continuó- son elementos de aquel clima típico de la Navidad que forma parte del patrimonio espiritual de nuestras comunidades. Es un clima impregnado de religiosidad y de intimidad familiar, que debemos conservar también en la sociedades actuales, donde a veces parecen prevalecer la carrera al consumo y la búsqueda de bienes materiales.

Wednesday, November 21, 2007

Comienzo


Se comienza de verdad sólo cuando sucede algo que provoca nuestra vidaSeptiembre, vuelta a clase. ¿Acaso volver al colegio o al trabajo significa exiliarse de uno mismo o dejar atrás lo que se desea? El sentido del deber que se invoca después de las vacaciones, lo que nos toca por obligación o necesidad ¿consiste acaso en apartarse de lo que somos y entrar en una especie de prisión? Hablando a los responsables internacionales de CL, Julián Carrón observaba que «la afirmación del yo, cuando no corresponde a su verdadera naturaleza, acaba siendo una prisión. ¿Por qué? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Es lo que tiene que hacer, lo que sabe hacer (y que nunca logra satisfacerle), o es la relación con el Misterio? A menudo todos nos ahogamos en la mentalidad dominante, pues en este aspecto pensamos igual».Empezar el curso significa que “yo” vuelvo a clase con toda la amplitud de mi humanidad, ya sea estudiante, profesor o padre. Porque el deseo del yo excede cualquier logro o desilusión, resiste bajo un cúmulo de detritos. Si no soy yo el que vuelve a empezar, nada recomienza de verdad y el mundo sigue indiferente su carrera. De ahí que las circunstancias nos encuentren a veces cautivos o aburridos ya el primer día.Sólo cuando reanudamos el curso tomando en serio las preguntas y urgencias que expresan la sed de significado que nos constituye, la realidad cotidiana abre su tesoro de ocasiones, descubrimientos y encuentros. De lo contrario, la escuela –como cualquier otro ambiente en el que nos movamos– acaba siendo un espacio desierto, anónimo, donde las personas muestran tan sólo su aspecto exterior, más superficial y, a menudo, violento. Y en lugar de aulas, clases y relaciones en que aprender a ser libres, queda un circo de medio esclavos; en lugar de esperanza para el futuro del País, una emergencia social. «Las crisis de la enseñanza –escribía en un artículo Péguy al inaugurarse el curso escolar en 1904– no son crisis de enseñanza, son crisis de vida. Una sociedad que no enseña es una sociedad que no se ama, que no se valora. Justo el caso de la sociedad moderna». La escuela no vive apartada del mundo, es más bien raíz y fruto de un pueblo. Sin embargo, ningún sociólogo, pedagogo o ministro, puede despertar al yo de tal manera que asuma su protagonismo en el ámbito educativo, es decir, en el de la libertad. Hace falta un encuentro singular. Por experiencia sabemos que nos sentimos libres cuando encontramos algo o alguien que satisface nuestro deseo de plenitud. Aunque nos vendan falsas promesas de libertad, todas se derrumban ante una demanda sincera de verdadera liberación.En una situación tan difícil, ¿dónde están los encuentros con personas capaces de devolvernos protagonismo y de rescatar la enseñanza haciendo de la educación una aventura para entrar en la realidad y hacerse hombres? Este número de Huellas presenta algunos de ellos. Con sus reportajes sobre el Meeting, la Asamblea de Responsables y el tiempo del verano muestra como «se comienza de verdad sólo cuando sucede algo que provoca nuestra vida; lo que no supone una provocación para la vida nos hace perder tiempo y energía, y nos impide la verdadera alegría» (L. Giussani en una reunión de profesores en Viterbo, en agosto de 1977).¡A todos os deseamos un verdadero comienzo de curso!